Los primeros años de vida son básicos para la estabilidad emocional de la persona. El afecto y el vínculo con los progenitores y/o adultos cuidadores se ha considerado el punto de partida para el desarrollo físico, psicológico y social de los niños. Estas experiencias afectivas perduran a lo largo de la vida, permiten establecer relaciones sociales, afrontar los retos del crecimiento e integrar los aprendizajes escolares.
Las alteraciones emocionales más frecuentes en estas etapas tienen siempre una importante repercusión en el proceso de crecimiento e individuación. Por este motivo, es necesaria la detección precoz i el tratamiento tan pronto como sea posible. Asimismo, es importante la colaboración de las personas que tratan al niño o la niña en los diferentes entornos en los que vive: familia, escuela, actividades en su tiempo libre y otros.
La valoración y diagnóstico de un síntoma o una alteración de su comportamiento se realiza basándose en lo que el niño expresa, o deja de expresar, al mismo tiempo se tiene muy presente la opinión i las vivencias de la madre, el padre i los educadores.
El tratamiento siempre se propone en relación a estas personas cuidadoras, principalmente la familia, y se trabaja coordinadamente para aportar elementos de análisis i comprensión de las dificultades que puedan darse. El objetivo, es restablecer las capacidades de pensamiento y razonamiento, tanto en el niño como en la familia, para capacitarlos para el desarrollo y maduración correspondiente por edad y dotarlos de elementos de prevención de posibles nuevas alteraciones.