Las personas con discapacidad intelectual tienen una condición o estado que los caracteriza, no es un trastorno ni una enfermedad. Sea persona con discapacidad o sin ella, a lo largo de nuestra vida todos podemos necesitar algún tipo de apoyo. Con frecuencia, estas personas y sus familias reciben ayuda dirigida hacia la adquisición de competencias y autonomía que les permite asumir una mejor adaptación en los ámbitos personal, familiar, social y laboral asumiendo así una vida más feliz y plena.
Que esto sea posible depende también de diferentes cuestiones, entre las cuales está la percepción, la comprensión y la aceptación de las emociones y pensamientos por parte de la familia pero, sobretodo, por parte de sí mismos. Consideramos que este factor determina en gran medida el tipo de relación que la persona con discapacidad puede establecer con los demás y la posibilidad que estas relaciones sean más ricas y satisfactorias con la familia, las amistades, la pareja, los compañeros de trabajo y otros. Pero a la vez y de forma paralela, esto está condicionado por la relación que uno puede tener consigo mismo, con los propios sentimientos e ideas. Nos referimos a la manera en que la propia persona puede vivir las diferentes experiencias vitales y la forma en que integra estas experiencias para poder crecer personalmente.
Los problemas de comportamiento, emocionales o de razonamiento y el malestar y sufrimiento asociado a ellos, tanto de la persona como de la familia, pueden tener que ver con la dificultad para poder integrar lo que les ocurre, lo que sienten y lo que piensan. Con frecuencia, la posibilidad de hacer un tratamiento con el objetivo de facilitar este proceso de integración y comprensión puede beneficiar a los pacientes y a las familias aumentando su capacidad de comprender y disfrutar la vida.